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Cultura

Warisata: una novela de Víctor Hugo

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literatrura y arte

Mauricio Rodríguez Medrano

En la pizarra está escrito: «Prohibido escribir». Y también: «Pablito Mendoza, te voy a sacar el clavito. ¡Cuídate!». Dos profesoras cabecean a mi lado y otras dos murmuran. «¿Leíste el libro?», pregunta una de ellas. «¿Había que hacerlo?», responde la otra (rubia y alta). «¿No habrá el resumen en Wikipedia?». El libro en cuestión es: Warisata, de Elizardo Pérez. Y estoy en el PROFOCOM desde hace tres años.

Warisata se puede leer de dos maneras: como libro del proceso de cambio y luego realizar la tarea en formato resumen o como novela realista-romántica (como Los miserables, de Víctor Hugo o El conde de Montecristo, de Dumas u Orgullo y Prejuicio, de Austen). Prefiero la segunda manera. Porque así Warisata en un libro excepcional. Porque a mis 30 años aún soy rebelde (y escucho a Soda Stereo y Rolling Stones y Maroyu.)

En la primera parte de Warisata el narrador construye su mundo y sus reglas. Elizardo Pérez (el personaje) entra en escena. Es profesor, es extranjero. Las autoridades lo exilian. Frase épica número 1: «La escuela del indio debe estar ubicada en el ambiente indio», dice Elizardo. Una autoridad sin rostro contesta: «Eso que usted está pensando, eso vaya a hacer». Y piensa que enviándolo al altiplano se deshace de él.

Las autoridades sin rostro esperan que fracase. Entre ventarrones y polvo y sol que quema, Elizardo llega a un colegio casi desmantelado. Está en la cima de una quebrada. Los campesinos se le acercan. Lo quieren apedrear. Frase épica número 2: Un campesino dice: «Esto es Warisata». Es Avelino Siñani. Elizardo lo saluda. Se miran y se reconocen como iguales. Suena un pinkillo lejano.

Elizardo Pérez y Avelino Siñani dan clases desde la cinco de la mañana. Todo lo hacen a la intemperie: construyen talleres, enseñan matemática y física con la construcción de paredes, se cuentan relatos alrededor de una fogata. Un estudiante le pregunta después de unos meses: «¿Profesor que dice el mundo de nosotros?». Elizardo Pérez guarda silencio y mirando al piso dice: «Nada». Pero ni profesores ni estudiantes se dejan arredrar.

Warisata ya no es un colegio desmantelado. Frase épica número 3: «Esto debe reproducirse en toda Bolivia», dice Elizardo. Y abandona el colegio. Camina por el altiplano. Se pierde, desaparece entre la polvareda. Avelino Siñani es destituido por las autoridades sin rostro. Los estudiantes son enviados a la Guerra del Chaco. Muchos no regresan y los que regresan se dedican a beber y querer olvidar el infierno. Entran en escena los normalistas y se hacen cargo del colegio.

Elizardo Pérez regresa, está cansado y viejo: está enfermo. Las autoridades sin rostro lo destituyen. Con una tos persistente mira el colegio otra vez en ruinas. Agarra la tierra en sus manos y llora. Años después su lápida será borrada por la humedad. Apenas se podrá leer: «Duerme/Aunque la suerte no le fue propicia. Vivía/Y murió cuando perdió su ángel/La muerte le llegó sencillamente./Como llega la noche cuando el día muere.» La tumba de Avelino Siñani desaparecerá entre los despojos del altiplano.

Finaliza la primera sesión del PROFOCOM. Los profesores salen al pasillo mirando el suelo. Uno de ellos dice: «Mañana me citan para el trámite de divorcio». El otro dice: «Al menos podemos chupar hoy». Sonríe. «Y mañana y pasado mañana». Warisata ya no existe: no hay talleres, la tierra es magra y alrededor hay muchos bares. Y a veces, sólo a veces, suena un pinkillo lejano. Sólo los ancianos lo reconocen y lloran porque el tiempo no regresará y el ventarrón se lo llevó todo.  

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