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Cultura

‘Los fundadores del alba’, un libro cada vez menos leído

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Ricardo Aguilar - La Paz

La novela Los fundadores del alba (1967) del recientemente fallecido escritor potosino Renato Prada Oropeza fue muy importante en su época y es un ejemplo central de la agrupación temática que propuso Luis H. Antezana y denominó la novela de guerrilla. No obstante pocos la leen.

 

La novela ganó el Premio Casa de las Américas en 1967, sin duda uno de los más importantes de América en el campo literario. Sin desmerecer su relevancia histórica, pues junto a Matías el apóstol suplente de Julio de la Vega, son los mejores ejemplos de las narrativas que exploraron el tópico de la guerrilla, cabe ver ciertos aspectos que, a más de 40 años de su publicación, ya no resultan convincentes y dejaron de emocionar, tal vez por la distancia temporal con la guerrilla de Ñancahuazú y de Teoponte o la imposibilidad de identificación con hechos de la historia de la izquierda en Bolivia.

Los fundadores... es un relato de crecimiento. El personaje central es Javier, un joven burgués que se enrola en una guerrilla (claramente la del Che), abandona el seminario, pues por un momento creyó tener vocación de cura, entra en combate y se enamora profundamente de una campesina; es herido por una bala y cuando finaliza el libro el lector presume su muerte, aunque el narrador “lo deja” agonizando.

Cuando uno lee Los fundadores..., se hace evidente que su estructura narrativa no es ajena a lo que estaba sucediendo en la literatura con el “Boom Latinoamericano”. Tiene juegos temporales que rompen toda cronología, dos narradores (aparece también una narradora personaje que es una prostituta, pero no dura ni dos planas y, en el epílogo, un narrador en segunda persona que cuenta en tiempo futuro), el primero se focaliza en el bando de los guerrilleros y el otro, que es más bien un narrador personaje, en el de los soldados.

Se trata de una estructura con evidentes pretensiones de novedad, al menos para Bolivia, que en esas épocas, en narrativa, seguía anclada en un realismo recalcitrante. Sin embargo, pocas veces uno se encuentra con una narrativa que quiere romper con los esquemas cronológicos y de univocidad, y al mismo tiempo se aferra a una simetría tan fanática y racional, anclada en una verosimilitud aristotélica, tal como sucede en Los fundadores...

Tal simetría estructural no puede sino hacer recuerdo de cierto aire marcial, cosa que es totalmente comprensible y hasta correspondiente con el tópico bélico de la guerrilla. Su orden puede ser comparado con una marcha militar no sólo en cuanto a la cadencia de la música, sino también a la coreografía de un desfile. A lo largo del texto se puede decir que primero aparece un narrador omnisciente, seguido del narrador personaje (narración en primera persona) de un soldado, luego vuelve el omnisciente para repetirse en el siguiente “capítulo” y la secuencia es finalizada por el narrador personaje otra vez. Tal cadena de la estructura después se repite. Lo mismo ocurre con el ordenamiento temporal del narrador en tercera persona que se focaliza en la Bilsdung Roman del personaje central, Javier. En esta parte de la narración, el tiempo se encuentra dislocado, pero dislocado con segmentos perfectamente iguales y paralelos, a veces de más de tres líneas narrativas  entrelazadas en este orden: se comienza por el final de un episodio, se retrocede a su principio, se narra lo que sucedió momentos antes de la conclusión de la acción con que se empezó el capítulo y se vuelve a momentos después del inicio del tiempo de la narración, luego se repite la coreografía. Es casi un calco de una secuencia de la música militar, con un redoble, paso de parada, paso de parada y redoble o, dicho visualmente, de un desfile militar con una escuadra de verde seguida por dos de azul y una de rojo al último, y que se repite hasta el final. 

Si cabe la posibilidad de imaginar un paralelo helénico de la descripción estructural realizada, sin lugar a dudas habría sido escrita en metros heroicos, narrando tal vez una incursión en Jonia del gran bárbaro, el persa Ciro y, quién sabe, entremezclándose también con el relato del romance de una humilde artesana de Tracia y un general de elevadas ideas pan-pérsicas de Pasargadas.

En Los Fundadores... no cabrían los yambos dionisiacos, el tema de la guerrilla es tratado muy seriamente, el humor no puede tocarlo, pues lo relativo a la guerrilla es muy sublime (si es que podría haber gradación en lo sublime) para que el humor se asome.

Este régimen estricto de la novela de Prada, tan atado a la verosimilitud y la seriedad con que trata su tópico, también puede verse en la construcción de sus personajes. Aristóteles en su Poética dice: los personajes elevados (reyes y guerreros) deben hablar en metros heroicos y de cosas “elevadas”, los personajes bajos (la plebe) deben hablar de asuntos digestivos o de más abajo. Prada obedece, pues sus guerrilleros discuten sobre la revolución y van más allá: la vida y la muerte los conflictúan; por contraparte, los soldados bolivianos que los combaten sólo hablan de prostitutas y sexo, en ellos no se admite nada más, si no dedican sus charlas a tal cosa, se les concede que expresen cuánto les incomoda el clima. Como si ellos no estarían lidiando también con la muerte cada momento, como si no lidiásemos todos con ella cada día.

Los fundadores del alba ya no emociona, cosa que en lo literario no importaría sustancialmente, lo complicado es que no termina de convencer, tal vez por eso cada vez hay menos gente que ha leído este libro.

Vida y obra de Prada

Renato Prada nació en Potosí en 1937, radicó desde 1976 en Xalapa, Veracruz, (México). Es autor de novelas como Los fundadores del alba, Larga hora, La vigilia, El último filo, Poco después humo; libros de cuento como Ya nadie espera al hombre, La noche con Orgalia, A través del hueco. También se dedicó a la teoría literaria con Análisis e interpretación del discurso narrativo-literario, Literatura y realidad, El discurso testimonio, Hermenéutica, símbolo y conjetura. Murió  en septiembre de este año.

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